lunes, 16 de abril de 2012

Proponen que nueva Ley Forestal lleve el nombre del precursor ecologista Alfredo Medrano

El precursor ecologista Alfredo Medrano Rodríguez. La nueva Ley Forestal debe inspirarse en los principios patrióticos que postulaba el escritor.

El pensamiento ecologista contemporáneo en Bolivia se desarrolló en gran medida a partir de la obra y la pasión de este notable periodista fallecido el 16 de abril del 2006. Bajo el seudónimo de "Urbano Campos", no vaciló en enfrentarse a los arboricidas que campearon en la era neoliberal. Impulsó la cultura ferial de los pueblos rurales y se destacó entre los mejores narradores del país. Todo ello, ligado a su militancia libertaria de compromiso inclaudicable con los pobres y marginados de la sociedad…

por Wilson García Mérida

“Así como se ha hecho una Ley ‘Marcelo Quiroga Santa Cruz’  de lucha contra la corrupción para proteger al país de la plaga de la inmoralidad funcionaria, sería bueno crear la Ley ‘Alfredo Medrano’ anti-arboricida para salvar nuestra riqueza forestal de los chacales de la destrucción”, propone el médico Tito Urquieta Márquez al recordar un nuevo aniversario del fallecimiento del periodista y escritor cochabambino Alfredo Medrano Rodríguez.

Aquella propuesta ha sido puesta en conocimiento del senador Adolfo Mendoza para que sea incorporada en los debates de una nueva Ley Forestal exigida  especialmente por los pueblos indígenas de las tierras bajas, donde empresarios madereros vienen depredando los bosques amparados por una vieja ley forestal arboricida que rige desde el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada.
Conocido popularmente por su seudónimo “Urbano Campos” con el cual firmaba su muy leída columna “Reflexiones bajo el molle” publicada en las páginas de Los Tiempos durante casi dos décadas,  Alfredo Medrano es considerado precursor del ecologismo boliviano contemporáneo al haber dedicado su obra y su vida a la defensa militante del medio ambiente, enfrentándose cotidianamente contra empresarios y políticos que atentaron contra la ecología especialmente en el periodo llamado “neoliberal”.
Los escritos de Medrano contribuyeron decisivamente en la formación de una conciencia ecologista hoy muy arraigada en la ciudadanía cochabambina y boliviana. La calidad literaria de sus columnas hacía de Medrano un periodista de primera línea. Inició sus primeras armas como redactor y reportero del diario cochabambino Prensa Libre a fines de la década de los años sesenta, periodo en el que también trabajó para la revista Praxis, dirigida por el eminente periodista Nivardo Paz Antezana, en la que Medrano publicó una memorable entrevista a Sergio Almaraz Paz.
Junto al periodismo, “Urbano Campos” cultivó asimismo la narrativa humorística, erótica y costumbrista, constituyéndose en uno de los mejores cuentistas de Bolivia con importantes premios literarios en su haber. En los setenta y ochenta dirigió la revista universitaria Kanata, fundada por él.
Su sensibilidad cultivada entre su pasión por el periodismo, su talento literario y la sencillez de su vida arraigada en el buen gusto gastronómico y los placeres campestres propios del cochabambino de tierra adentro, lo convirtieron en precursor del ecologismo por antonomasia, pero también en un promotor activo de las ferias gastronómicas y agrícolas que volcaron masivamente los ojos de la ciudad hacia sus entornos rurales. Todo ello, ligado a su militancia libertaria de compromiso inclaudicable con los pobres y marginados de la sociedad.
Semblanza de un poeta
Alfredo Medrano Rodríguez falleció la madrugada del domingo 16 de abril del 2006, a sus 62 años. Su muerte dejó un sentido vacío en la cultura nacional.
Uno de sus colegas más entrañables, diríase su “cómplice” en las confabulaciones medioambientalistas y literarias tramadas creativamente en la redacción de Los Tiempos, fue el también periodista y escritor Ramón Rocha Monroy, quien sintetiza la semblanza de Medrano en varios artículos póstumos, como el siguiente que fue publicado en el 2008:
“Un ejemplo de su legado son las ferias de la cocina popular que él alentó hasta el punto de organizar en 1986 la feria más grande jamás vista, nada menos que en el Campo Ferial. Hoy las ferias son un uso en todo el departamento e invariablemente sirven para promocionar las delicias de la cocina valluna.
Alfredo cultivó el legado del poeta Man Cesped: pocos paisanos defendieron con tanto ardor a los árboles, que son las principales víctimas del crecimiento urbano en nuestro valle. Alfredo defendió los grandes proyectos regionales, luchó por el buen uso de los recursos naturales y rescató la memoria popular en sus célebres coloquios sobre la concertina, el charango, la chicha, la cocina criolla y también sobre la identidad local de Cala Cala y Caracota, las dos mitades hermanas que conforman nuestra ciudad.
La prosa de Alfredo era cristalina y precisa, y su virtud para la narrativa era superior. Era asimismo un hábil caricaturista, e hizo célebre el seudónimo Skorpio. Sin embargo no era un alma ácida, era más bien un alma de buena leche, un alma noble que jamás practicó el chisme o la maledicencia y sí, más bien, la piedad y comprensión del prójimo, tanto más si éste era humilde y poseía, sin embargo, habilidades o virtudes.
Alfredo cultivó la vena popular en el periodismo. Su generosidad nos permitió convertir en personajes a paisanos anónimos, y a celebrar capillas menores del noble arte culinario. Decenas de instituciones recibieron de él oportunos consejos y asesoramiento. Alentó fiestas cívicas y religiosas, celebraciones regionales y tradiciones íntimas, y tuvo un paladar insobornablemente criollo”.
Como dice su epitafio:
Amó las jarcas, los molles, los chilijchis / amó la amable sombra y la tertulia / vida y obra consagró a la expresión justa / pero la fe en el amigo fue su virtud maestra.
Un ejemplo de su lucha
Pocos meses antes de su fallecimiento, Alfredo Medrano esgrimía su pluma para denunciar una tentativa, que finalmente se consumó, de “desarborizar” un antiguo bosque natural en la zona de Tiquipaya con el fin de abrir una vía asfaltada. Titulada “Para una Antología de la Estupidez”, en su columna “Reflexiones bajo el molle”, Urbano Campos sostenía, con su habitual lucidez, el siguiente alegato en defensa del árbol:

Para una Antología de la Estupi­dez, de hecho y palabra, son las declaraciones del Comité Pro-Em­pedrado de Apote, justificando la tala de hermosas arboledas en aque­lla zona. Dice que los bosques son un peligro para la seguridad e inte­gridad de los vecinos, pues permi­ten el acecho de asaltantes y viola­dores.
Mientras los cochabambinos manifestamos nuestra preocupación ante el acelerado proceso depreda­dor que está arrasando el paisaje verde, el susodicho manifiesta su alarma de que en las actuales cir­cunstancias esté primando "una de­sordenada expansión forestal". Para buen entendedor pocas palabras: esto quiere decir que los cochabam­binos están exagerando con su ma­nía ecologista y forestadora, y que por culpa de ello tenemos cada vez más arboledas y que a consecuencia de las arboledas hay asaltos y viola­ciones.
He aquí una lógica inédita que jamás se les ha debido ocurrir a policías, criminalistas ni sociólo­gos: los árboles son los culpables de los actos delictivos. ¿Quién ha dicho que las causales delictivas hay que buscarlas en las estructuras sociales, económicas, culturales y sicológicas y que, por lo mismo, deben ser combatidas en el plano jurídico, sociológico y penal? No, señores, cuantos más árboles derri­bemos, cuando más avancemos en la tarea de convertir en un páramo nuestro paisaje verde, ¡menos de­lincuentes habrán! Que esto lo ten­gan bien entre ceja y ceja los maja­deros ecologistas que plantean la teoría de que los árboles humanizan y embellecen el paisaje.
Semejantes pedradas de un em­pedrador a la lógica humanista ha­bía escuchado ya antes, de gente con la misma mentalidad antiecolo­gista que para justificar la tala de árboles esgrimía argumentos simi­lares:
— Porque los árboles dan mu­cha sombra.
— Porque la hojarasca obliga a tener que barrer el patio o la vere­da.
— Porque su fronda da lugar al bullicio de los pájaros.
— Porque son refugio de los enamorados y sus romances furti­vos.
Si los árboles pudieran hablar y exponer las razones de su existen­cia sobre la tierra, desde luego que podrían apabullar a estas cabezas de piedra.
URBANO CAMPOS