El tema no es nuevo, más bien demasiado resabido. Mientras la pichicata siga perforando las fosas nasales de los senadores de Washington, de los artistas de Hollywood y de ciertos intelectuales europeos, la coca se dará modos para seguir convirtiéndose en cocaína, sea quien esté en el poder, la historia es la misma.
El negocio está ahí, disponible para aquellos vivos que no desaprovecharán la oportunidad de sus tristes vidas. Que en tiempos del neoliberalismo los pichicateros fueron políticos de cuello blanco y fino apellido, policías “volteadores” y milicos corruptos; y que ahora sean campesinos con rostro indio, con influencias familiares o políticas, que sean ancianos, niños o mujeres, da lo mismo. La culpa la tienen siempre ellos, esos gringos cocainómanos y decadentes.