martes, 17 de mayo de 2011

EDITORIAL | Por el honor de la mujer pandina

Deploramos los exabruptos proferidos por un funcionario del Gobierno que denigró con pavorosa insensibilidad humana a las hijas del ex prefecto Leopoldo Fernández. La soberbia obsesiva y rencorosa del poder, haciendo llorar mujeres, no es un valor democrático ni mucho menos revolucionario.

A pesar de ciertas incongruencias internas e incluso cuestionamientos éticos que se ciernen sobre el equipo jurídico que patrocina la acusación contra el ex prefecto Leopoldo Fernández, reiteramos que el mismo viene siendo procesado de modo insoslayable dada la gravedad de los sucesos que acontecieron cuando ejercía el más alto cargo político en el Departamento. Y también ratificamos nuestro compromiso solidario (es línea inamovible para Sol de Pando) con las víctimas del 11 de septiembre, con esos jóvenes normalistas y campesinos masacrados por esbirros leales al poder prefectural de entonces, hoy enjuiciados junto él.  
Mas esa convicción no implica estar de acuerdo con los exabruptos proferidos por un influyente funcionario del Gobierno que denigró con pavorosa insensibilidad humana a las hijas del ex Prefecto. Movidas por un natural amor filial, ellas habían realizado una huelga de hambre buscando reparar lo que consideraban una injusticia carcelaria contra su padre recluido; y fueron agredidas con violentos epítetos.
La revolución boliviana que Sol de Pando apoya, que nadie dude, se basa en el respeto a la integridad de las personas, sea cual fuere su condición. Le hacen mal favor quienes creen que una revolución da licencia para denigrar a quien sea, rompiendo con tanta torpeza esa delgada línea que separa la función pública de la vida privada.
Leopoldo Fernández está enfrentando las consecuencias judiciales de sus actos como funcionario público que fue con gran poder político. Pero nadie tiene derecho a negarle una vida privada como padre de familia y jefe de hogar, como un ser humano cualquiera, cuyos seres queridos tienen todo derecho de defenderlo.
La soberbia obsesiva y rencorosa del poder, haciendo llorar mujeres, no es un valor democrático ni mucho menos revolucionario.