Abrimos los ojos, salimos a la calle, y mil llamadas humanas nos asedian: un mendigo que pide limosna; el amigo que busca trabajo; el anuncio de una reunión política… Pero, luego matamos estas llamadas, las asfixiamos lentamente en nuestro interior.
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A veces, casi sentimos vértigo ante nuestro corazón de Caín, lleno de cadáveres del prójimo.
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La vida es dura: nos abrimos camino a hachazos, prescindiendo de los demás, atropellándoles.
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Buscamos la felicidad, pero no irradiamos alegría…
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Señor, hay algo que llamamos amor, pero, Tú sabes que es mezquino y avaro; solo es un egoísmo refinado.
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No nos entregamos; solamente exigimos, como un recaudador de impuestos.
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Por esto, señor, te buscamos en vano. Tú no vives en esta cerrazón, porque eres el amor.
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Pero eres tan bueno, que a pesar de todo, nos hablas. Tu amor es más fuerte que nuestra coraza de oscuridad, y vemos brillar tu luz.
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